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MEMORIAS DEL HURACAN IKE

MEMORIAS DEL HURACAN IKE

 

Imposible borrar de la memoria el amanecer del 8 de septiembre del 2008 cuando el huracán  Ike pasó sobre la provincia de Las Tunas con su fuerza demoledora.

Aunque la temporada ciclónica era muy activa y ya Gustav había causado serios estragos en la Isla y Pinar del Rio, aquel fin de semana no presagiaba la tragedia que se avecinaba. Más bien estaba anunciado para ese domingo el carnaval infantil, una semana antes de los festejos populares para los cuales ya estaban montados numerosos kioscos y otros preparativos en la ciudad.

Pero el sábado a partir del mediodía todo fue cambiando vertiginosamente. El peligroso huracán Ike amenazaba las provincias orientales. El Consejo de Defensa y la Defensa Civil movilizaron de inmediato sus dispositivos ; trasladaron a los estudiante internos a sus casas, acondicionaron  más de 300 centros de evacuación , transportaron las personas residentes en zonas de riesgos de inundaciones y derrumbes y llevaron al ganado a lugares seguros. En los barrios era febril  el ajetreo. Solo se sentía el claveteo de las ventanas y el ir y venir en busca de provisiones.

El director del Instituto de Meteorología José Rubiera, dijo en el noticiero estelar de la televisión, cuando aun estaba conectada la electricidad, que los que vivíamos en esta zona del norte oriental  de Cuba no teníamos idea del fenómeno que venia, porque nunca había pasado por aquí un huracán de esa magnitud.

Cuando penetró por Punta Lucrecia, en la provincia de Holguín, a las nueve de la noche del domingo,  tenia vientos de más 155 kilómetros por hora y fuerza dos en la escala Saffir Simpson.

Cerca de la medianoche comenzamos a sentir como arreciaban los vientos.

En nuestra casa, una biplanta con bastante fortaleza,  primero se sintieron las ráfagas  poco después de las 10 de la noche y luego vientos sostenidos con una fuerza de más de cien kilómetros.

Las ventanas y puertas parecían no resistir, a  Eric  se le ocurrió en un momento usar su cuerpo como puntal para sostener la ventana y la puerta del frente que amenazaban con volar por los aires.

En medio de la oscuridad y de aquel ruido ensordecedor de los vientos y la lluvia solo quedaba rogar y esperar.

Cuando se anuncia un huracán, todos los preparativos deben hacerse con tiempo: asegurar techos, ventanas, puertas, objetos que pueden volar, como las planchas de cinc y las tapas de tanques. Después ya no hay nada que hacer. Aquella noche fue la más larga que yo recuerde; los vientos a veces giraban desde el sur al norte, y en medio de la vigilia el único incentivo era las llamadas telefónicas que afortunadamente podíamos hacernos  entre familiares y amigos.

Las emisoras de radio se mantuvieron trasmitiendo toda la noche con sus grupos electrógenos, para quienes tenían sus receptores con las baterías  activadas.

Cerca de las seis de las mañana decidimos acostarnos y descansar un rato. A aquella hora, aunque todavía se sentían las ráfagas intermitentes, ya el meteoro estaba sobre Camagüey.

Cuando comenzó a aclarar el día y la gente se decidió a salir de sus casas, el paisaje era desolador. Las hojas de los arboles arrancadas y curiosamente trituradas por los vientos formaban un manto sobre la calle junto con otros objetos llegados de cualquier lugar. Los tendidos telefónico y eléctrico tejían  una maraña  junto a los troncos, ramas y arboles enteros arrancados de raíz, obstaculizando el tránsito por la ciudad, miles de  casas sin techo o derrumbadas completaban el panorama.

Sin electricidad, con el día nublado y la humedad reinante, aquel 8 de septiembre de 2008 amanecía en medio del desastre. Si en pocas horas el huracán impuso su fuerza destructora, en lo adelante el paso a la recuperación seria duro y laborioso, pero no quedaba más que poner manos a la obra.

 

 

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